viernes, 26 de septiembre de 2008

Opiniones: MÚSICA Y POLÍTICA (1)

COMO LOS PANES Y LOS PECES,
LAS IDEAS TAMBIÉN SE MULTIPLICAN



LAS SOBRAS IMPERIALES
Entre las imágenes que llegan a mi mente directamente desde mi archivo de niño televisivo me detengo ante la inalterable figura de John Lennon, desparramado en su cama junto a su mujer Yoko Ono, repitiendo una y otra vez “denle una oportunidad a la paz”, con un bullicio de fondo característico de unos cuantos hippies sesentistas. Diez años más tarde y de manera absurda ese mismo hombre carismático y audaz perderá su vida en manos de la violencia cotidiana.
Durante la invasión de tropas a Panamá los marines estadounidenses pretenderán imponer a todo volumen el rock and roll del imperio so pretexto de despojar del mando al presidente Noriega. Con la clara intención de repartir dádivas, las sobras imperiales, se pasearán sonrientes por las calles asiáticas Bono –el carismático líder del cuarteto irlandés U2– y el secretario de estado norteamericano, Paul O’Neil, factótum imprescindible en las postrimerías de una nueva guerra.
La utilización indiscriminada del rock puede llevar a inclinar la balanza en tal o cual sentido. Como se aprecia en las circunstancias descriptas la música cumple un papel fundamental ya sea en favor de una cruzada pacifista o como factor colateral de dominación. Habrá que determinar en cada caso si es que la ideología encierra a la música, si es ésta la que encuentra su sustento en las ideas o si, simplemente, ambas han debido recorrer el mundo codo a codo por los siglos de los siglos.
Viene al caso mencionar, entre otras cosas, que la nacionalidad se expresa con himnos patrios o marchas militares; que la comunicación con Dios requiere de partituras eclesiásticas; que las hinchadas de fútbol adaptan cualquier melodía a su idioma callejero; que las cuidadas y costosas escenas de una película van acompañadas de una banda sonora acorde y que todo producto o servicio es vendido en parte gracias a un buen jingle. Cualquier campaña para evitar posibles contagios de enfermedades; recaudar fondos benéficos o promover la concientización sobre ciertos temas en particular cuenta con el indispensable apoyo de la música.
Como contracara, el consumo de un hecho artístico puede tornarse peligroso para algunos sectores que pretenden tener todo controlado bajo su órbita. En estas condiciones, en el extenso camino de la música popular argentina se ha generado una amplia gama de estilos: el fenómeno bailanta que sepulta la poesía debajo de la masificación y llega al extremo de desplazar de las discotecas a la música bailable foránea; los ritmos melódicos descendientes del bolero con su carácter netamente romántico; el tango y el folclore, cargando sobre sus espaldas con la nostalgia porteña o el pintoresquismo regional y el rock argentino en sus diferentes vertientes, casi todas ellas muy críticas en relación con la estructura social establecida. Es así como durante décadas el poder de turno apelará a la censura, las prohibiciones y los exilios en pos de socavar la unidad de los movimientos culturales y su gente.

SÍNTOMAS DE NOSTALGIA
La fragmentación social y el aislamiento constituyen dos de las armas esenciales de las que dispone el sistema represivo actual. Basta con observar atentamente hacia nuestro alrededor y distinguir aquellas barreras urbanas, moles de cemento que encierran guetos exquisitos y de los otros. La publicidad es recurrente: el hombre despierta y desayuna - desciende a la cochera de su edificio - eleva el portón con su control remoto para atravesar los muros celestiales - recorre la autopista de punta a punta e ingresa al garaje de la oficina para comenzar a vivir “un nuevo día”.
De esa forma consigue perder cualquier tipo de contacto con el mundo exterior y evitar así las relaciones interpersonales, sin siquiera dignarse a pulsar el levantavidrios cuando se le acerca algún muchacho para limpiar su luneta delantera.
El plan se perfecciona con la llegada de los countries; las grandes tiendas; las cadenas de maxi/súper/hipermercados y los shoppings, sitios ideales para tener el control sobre el tiempo libre del ciudadano, guiar su consumo, intoxicarlo con hamburguesas o indicarle con qué películas aburrirse mientras sus hijos disfrutan del pelotero contiguo. Para cerrar el círculo, resulta de vital importancia la llegada de inversiones golondrina –o capitales “paloma”– que siempre regresan a su país de origen antes de lo previsto.
Más allá de las estadísticas esos complejos faraónicos construidos con quién sabe qué dinero han terminado por extinguir a los cines de barrio, los viejos almacenes y cualquier otro síntoma de nostalgia. A pesar de que tanto vidrio hemos comido, tantos sapos hemos tragado y tantos buzones hemos comprado, el modelo presente ha calzado ajustadamente en la mente del contribuyente medio argentino debido a la creciente ola de inseguridad desencadenada por la prolongada recesión económica.
Así están dadas las cosas. Durante la crisis, la cadena más importante de venta de discos en la Argentina se presenta en convocatoria de acreedores después de haberse sobredimensionado con el visible objetivo de eliminar toda clase de competencia. La desaparición de algunos locales comerciales de dicha empresa y otros pone en peligro inminente la distribución de nuestra música y, con ello, corre serio riesgo de fracasar la divulgación del mensaje. En busca de nuevos canales de expansión las discográficas se abren hacia los puestos de diarios, estaciones de servicio, cadenas de vídeo y otros originales métodos de venta masiva.
La música no es capaz de escapar a un esquema tan hermético. La creación del walkman y el discman permite la reclusión a punto tal de negar a una mujer embarazada el asiento de un transporte público. No más. Ya basta de compartir ese espíritu de rebeldía con su ritmo frenético en aquellos antros escondidos de la década del sesenta o de gritar consignas antiimperialistas al aire libre en los megarrecitales montados durante la primera etapa de la apertura democrática. Ahora usar sandalias parece ser distinguido.
Las fuerzas de la naturaleza; Dios Todopoderoso y la Iglesia; la humanidad; el Estado –con el ejército y la realeza como blasones fundamentales– y la familia, han alternado en el tiempo como ejes clave para el desenvolvimiento y desarrollo de nuestra sociedad en su conjunto. Pero hoy es la empresa la que se erige como la célula madre del sistema que nos rige. Esa misma empresa cuyo último y único fin es el de obtener una mayor rentabilidad. Y así como en la antigüedad los artistas eran patrocinados por mecenas reconocidos que admiraban y alardeaban sobre sus cualidades, actualmente queda en manos de las sociedades anónimas –sellos multinacionales– la decisión exclusiva de producir y promocionar las más grandes y bellas obras artísticas creadas por la humanidad. De ahí en más la música también se debe a ellos y, por consiguiente, dependerá de su buena voluntad que el discurso arribe finalmente a destino.
Un discurso cuyo poder radica en llegar puntualmente para hacer comprender toda la dimensión movilizadora de la canción en el marco de esta realidad tan compleja donde Internet hace de los escritos un puñado de textos transitorios, transformando en fugaz lo efímero de la condición humana.

MANOS A LA OBRA
Al finalizar el siglo xx, en el seno de la comunidad argentina se ha planteado el debate acerca de la intervención de los artistas en las listas partidarias de las agrupaciones políticas. Claro está que para la gran mayoría de ellos resulta mucho más fácil señalar con el índice desde el cómodo pedestal de la denuncia pero, en general, muchos disponen de una sensibilidad especial que bien podría ser trasladada a la comunidad a través de obras concretas. Ciertamente, a la hora de “actuar” debe apelarse a la factibilidad de gestión, puesto que no resulta equivalente encarar la tarea diaria con plena libertad creadora que con un listado inimaginable de ataduras.
En ese contexto la canción política puede contribuir con el entendimiento fehaciente de los momentos trascendentales en la historia de un pueblo, contemplando bajo el título de “canción política” a aquella que involucra contenidos sociales, ideológicos y hasta partidarios. Como resulta imposible definir con tan sólo dos palabras toda una actitud de vida es probable que muchos artistas no compartan esta clasificación arbitraria y meramente coyuntural. Lo cierto es que parece ser un término de rápido reconocimiento para el público en general. El uruguayo Daniel Viglietti, “el escritor que canta”, preferiría denominarla sabiamente “la canción humana”.

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